Sobre la lógica fálica y la lógica del No todo
Un paciente llega a la primera consulta, angustiado, con la sensación de no poder controlar lo que le pasa. No importa el síntoma específico, pongamos que sufre de ataques de pánico y se siente con ansiedades desmedidas y en estado de depresión. Su malestar es real, pero lo que más lo atormenta es la necesidad de entender por qué. Quiere una respuesta clara, cerrada, algo que le permita ordenar el desorden interno y seguir adelante. Piensa que si el analista le da la causa, todo va a encajar y el padecimiento va a desaparecer. Es el deseo de certeza, de encontrar un significante que le explique su sufrimiento, como si las palabras tuvieran el poder de curar por sí solas.
El psicoanálisis, lejos de ofrecer respuestas fáciles, se pone interesante porque busca advertir que no todo en la vida se puede controlar o comprender completamente. La lógica fálica (concepto propuesto por Lacan) nos lleva a pensar que sí, que todo tiene un sentido y un orden, pero en realidad, la experiencia humana es mucho más compleja, llena de zonas de sombra, de vacío, donde el lenguaje no llega del todo.
Lo primero que hay que entender es que la lógica fálica no tiene nada que ver con el falo físico. Lacan usa el concepto de "falo" como un significante. Es una especie de símbolo que organiza el deseo y la experiencia humana. Cuando hablamos de la lógica fálica, estamos hablando de la tendencia humana a querer organizar el mundo, a darle sentido a todo, a querer que las cosas tengan una causa clara y una explicación que las cierre. Es la lógica de "si A, entonces B". Si siento angustia, debe haber una razón, y esa razón tiene que poder ser nombrada, explicada, y, por supuesto, solucionada. Es la manera en que intentamos que todo lo que vivimos tenga un significado claro y estable, porque eso nos da la ilusión de que, al comprenderlo, lo podemos controlar.
El problema, claro, es que la vida no siempre funciona así. El deseo, la angustia, el malestar, todos esos aspectos de nuestra experiencia, no se dejan reducir tan fácilmente a una ecuación. Pero aun así, insistimos. Queremos pensar que si encontramos la palabra justa, el significante adecuado, el malestar tiene que desaparecer. “Dígame por qué me pasa esto, doctor, y cómo puedo solucionarlo”. Es un pedido de certeza, de control, como si el síntoma fuera una máquina rota que solo necesita la pieza correcta para volver a funcionar bien.
El No-todo: Lo que escapa a la explicación
Y ahí es donde la cosa se pone interesante, porque Lacan, con su lógica del no-todo, nos viene a decir algo fundamental: no todo se puede explicar, y no todo se puede controlar. De hecho, parte de lo que nos angustia es justamente esa necesidad desesperada de cerrarlo todo, de tener todas las respuestas. La lógica del no-todo rompe con la idea de que todo debe tener un cierre, una explicación. Nos dice que siempre habrá algo que escapa al lenguaje, algo que no podemos nombrar del todo, algo que queda afuera, sin simbolizar.
Ahora, esto puede sonar frustrante al principio. Vivimos en un mundo que nos enseña a buscar respuestas rápidas, a creer que todo malestar tiene una causa y una solución clara. Pero la cosa es mucho más caótica que eso.
Lacan nos dice que el lenguaje es la herramienta con la que intentamos darle forma a lo que sentimos, pero que el lenguaje nunca alcanza del todo. Es como una red que lanzamos para atrapar lo que nos pasa, pero siempre se escapa algo. Podés explicarle a tu analista por qué sentís lo que sentís, pero sabés, en el fondo, que esas palabras no alcanzan a capturar todo. Y está bien que así sea.
Significantes: el juego inacabado de las palabras
Los significantes, esas palabras o símbolos que usamos para darle sentido a nuestra experiencia, tampoco tienen un significado fijo. Al contrario, el significante siempre se desliza, cambia de sentido según el contexto, según la cadena de otros significantes a la que pertenece. Esto quiere decir que no hay un "significado verdadero" que podamos encontrar y decir “ahora sí, ahora todo encaja”. Siempre queda algo abierto, algo que no se puede nombrar completamente. Eso es lo que nos enseña la lógica del no-todo: nunca hay un cierre definitivo.
El paciente, al principio, puede querer respuestas. Pero el verdadero trabajo analítico empieza cuando se suelta esa necesidad de control, cuando se acepta que no todo tiene que tener un sentido cerrado, que hay cosas que quedan fuera del lenguaje y que está bien convivir con eso. Es entonces cuando el síntoma empieza a perder su peso, cuando ya no se busca eliminarlo, sino entenderlo como parte de lo que somos.
Lacan enseña a través de la lógica fálica y la lógica del no-todo que aunque el lenguaje y los significantes nos ayudan a darle forma a nuestra experiencia, siempre quedará algo afuera, algo que no podemos nombrar ni controlar del todo. Y es en ese espacio, en esa falta, donde vivimos y deseamos.